A veces el paciente viene con suave dolor o molestia o incluso llega diciendo que todo está bien, que solo necesita relajarse. Hasta que no empiezo a poner mis manos sobre el cuerpo y voy sintiendo la respuesta del mismo, hasta el final del tratamiento, no sabremos si este dolor se liberará o emergerá un bloqueo emocional profundo.
Mujer, 45 años, Leila.
Leila vino una tarde a recibir un tratamiento de masaje descontracturante del tejido profundo. Vino diciendo que estaba bien, solo que notaba tensión en el cuello. Yo como Terapeuta lo primero que hago es observar su respiración, su mirada, la posición de su cuerpo y sus hombros. Desde ese instante supe que lo que su cuerpo me decía y lo que lo que sus palabras me comunicaron eran diferentes. Le hice varias preguntas que me fueron dando referencias de que ocultaba algo sobre su bienestar emocional. Se tumbó y empecé poco a poco a ir entrando en su cuerpo. A medida que ella se iba relajando, comentaba sentir un pequeño dolor en la parte derecha del vientre. Su respiración era entrecortada y ansiosa. Le invitaba a respirar profundamente y exhalar por la boca. Esto lo suelo hacer bastante pues normalmente al cuerpo le cuesta relajar, además de que el ritmo acelerado de vida no nos permite pararnos a respirar y hacernos consciente de su fuente de salud. Muchas personas vienen con sutil ansiedad sin ser del todo conscientes de ello.
Vuelvo a la historia de leila y su molestia en el lado derecho. Ya tenía una referencia más. Integrando el cuadro completo y donde estaba el dolor, asocié que podía estar relacionado con el hígado que guarda una serie de emociones muy concretas. La función del hígado es la extracción de nutrientes, el almacenamiento de energía y la eliminación de toxinas. Se sabe desde la medicina tradicional china que el hígado está regido por la energía madera, esto para tratar de traducirlo a la lógica occidental, el hígado en términos de acción representa la expansión hacia lo exterior, es decir acciones de dentro hacia afuera, recojo, expando y expulso lo que no necesito, para que haya una libre circulación del chi o energía.
Para que podáis entender las asociaciones que fui recogiendo con esta información, de nuevo apoyándome en la perspectiva de la medicina tradicional china, las emociones que conforman al hígado son la ira y la frustración, a su vez, desde su opuesto la claridad, el equilibrio y la capacidad para tomar decisiones. Esta mujer al llegar decía estar bien. A través del masaje y el compartir posterior y siguiente en la segunda consulta, me contó entre llantos que acababa de divorciarse, tiene dos hijos y su marido se marchó con otra mujer para crear una nueva familia. Como imaginaréis no estaba tan bien. Sentía una gran frustración.
En la primera sesión trabaje mucho la parte alta de su cuerpo, amase su vientre desde un método de masaje ayurveda y trabajé con intensidad sus piernas para bajar la energía, atravesando los distintos meridianos que pasan por ellas, sobre todo el meridiano del hígado y su compañera, la vesícula biliar. A su vez trabaje el pecho, el cuello, las escápulas (donde en la parte alta de las escápula, conectado con las primeras vertebras cervicales está el musculo ángular del omóplato) el cual llaman el basurero emocional. También trabajé con los laterales altos de las escápulas (fosa supraespinosa), por donde pasa el meridiano del intestino delgado, cuyas emociones están asociadas a la preocupación y la ansiedad. Depende de cómo el hígado y vesícula biliar se encuentren, estos repercutirán en el intestino delgado. Trabaje el psoas, el cual es un músculo asociado a emociones de miedo, control y rigidez.
Sin extenderme más, después de finalizar el primer masaje, ella se sentía más liberada. Al volver la segunda vez me contó que un tiempo después del masajes sentía ganas de llorar y limpiarse por dentro.
En el segundo masaje ya su cuerpo, así como su mente, estaban preparados. Pudimos ir a la raíz, y ella mediante una respiración guiada por mí, mediante sonidos, lágrimas y palabras fue sacando esa frustración que a ella misma se negaba. Recuerdo cuando llegó al principio decía: “tengo dos hijos y no me puedo permitir estar mal o débil” esa frase me dijo mucho. Lo que Leila experimentó a través de este trabajo que hicimos juntas, es que existía en ella un profundo dolor que tenía que vivir, empezó a que procesar el duelo, a permitirse sentir, y aceptar que ahora estaba vulnerable, pero no estaba sola, pues yo, en este caso la estaba acompañando a sacar su dolor. Ella salió liberada, con dolor, pero agradecida y reconociendo que en su vulnerabilidad es donde habitaba su verdadera fortaleza.
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